miércoles, 23 de diciembre de 2009

Algo Puro

--Mañana es nochebuena. –dijo.

--Lo sé. --La voz se fue apagando poco a poco al contestar.

Tras pensarlo un segundo, dejó la botella sobre la sucia mesa gris, junto al vaso y su mancha reseca, el bollo de crema abierto en canal y el teléfono móvil. ¿A quién le importa el estado del escritorio? La ventana estaba abierta.

Un tenue pero persistente rayo de son se coló entre las cortinas gris pastel, allá en el balcón al frente. Brillando en las manchas pegajosas de las paredes y en pedazos de cristal rotos que envolvían el suelo, como una alfombra. A la silla le habían roto las rudecitas y solo se movía si un chirrido la acompañaba, pero yo seguía allí sentado frente al libro, junto a él. Las ojeras parecían nuevos ojos, los labios palidecían y el sudor seco en la faz brillaba blanco con el sol. Me inclinaba sobre las hojas con pasmo; estas, sobadas, se tornaban poco a poco de un tenue negro enfermizo, fundiéndose con los dedos que las aferraban nerviosamente. Formaban un todo, no podían estirarse a recoger las gafas, yacientes entre la botella en pie y su compañera tumbada, el vaso de cristal medio lleno y el cubil de lápices rotos, los apuntes en una montaña (supervivientes a la ley de la gravedad), cuadernos abiertos con letras ilegibles, bolígrafos nuevos y gastados, pegajosas cosas y polvo.

Ya alcanzaba el sol la ventana a mi lado, la persiana no era rival para él, las rejillas lanzaban sus agujas contra mi mesa centrada, sin puerta, cerrando el ritual de mis ojos entornados sobre las letras extrañas, cegadas por agujas de sol a un lado y sombreadas por la luz al frente. Ron repleto a un lado, cuchillo al otro, libretas, apuntes, bolígrafos y mierda en frente… A la tarde se entrevió el árbol callejero, sus ramas y hojas, y el reflejo de una finca de ladrillo roja más lejos.

¿Y a su derecha?

--Mañana es nochebuena.

--Por Dios Javier, ¡Mira a tu derecha!

--Mañana… --Y el terror se tragó su voz.

Temblando descubrió que aquel pequeño libro, de tapa blanda, página fina letra chica tan solo tenía 1902 montones de palabras para engullir y sus ojos, los nuevos y los viejos, le habían llevado a la 1900. Pude sentir, adentro de él, como se retorcía su corazón con sus huesos, pero nunca llegué a saber el dolor que sentía. Sencillamente las cosas debían ser así.

--Por favor Javier, todo termina.

--Ma-Mañana es nochebuena de nuevo, como cada año.

--Todo ha cambiado.

--Pero…

--Se terminó, Javier, llevo tiempo advirtiéndotelo.

Observó por las paredes todo lo que había sido su vida, las marcas de pintalabios en le techo, las letras pequeñísimas enfiladas en versos uno tras otro a su lado, dibujos de colores en la puerta y marcos, fotos de caras por doquier, apuntes, libretas y bolígrafos, pedazos de juguetes rotos en una esquina, y un charco de ron en la otra, como el que retrata la cara del paso del tiempo.

Resignado, siguió leyendo lentamente, letra por letra, sintiendo como el aire subía por su garganta al recitar cada palabra, el hechizo, una y otra vez, hasta que la luz se desvaneció de nuevo. Cerró con cuidado, al fin, crujiendo se levantó, y giró a derecha lentamente. Ron y lanceta por cada mano. La luz apenas alcanzaba aquel lado del cuarto. La pared, antaño púrpura, se había tornado color pardo oscuro. No sabría explicar lo que sentí al ver finalmente mi destino. Javier temblaba de miedo, pero yo solo puedo decir que allí no llegaban los escombros del cuarto gris ni el viento gélido, nocturno y callejero. En el fondo del cuarto, una escalera ascendía, teñida de una penumbra diferenciadora.

Un paso, negror, no más, y luces fatuas rojizas. Dos pasos, tres, dios sabe cuantos más, la escalera, penumbra clara, el cuerpo de Javier enferma, sigue adelante. El puñal de a poquito rasgaba, la piel iba cayendo mientras la sangre corría. Todo se tiñó de náusea, ¡al fondo un destello! Surgimos de la boca del metro, el cielo es negro contaminado, los árboles van frenando su desvelo, ni un alma en aceras y asfaltos. ¡Llegó! Lanceta al cuello, se abre la veda, ¡Vibra cuello, pecho, brazos, piernas!

Nubes en el mirar…

Rayos de sol despuntan en mis ojos, los nuevos y los viejos. Con dolor tremendo alzo manos, cintura y pecho, temblando, las piernas me levantan finalmente. Es muy temprano y no hay nadie. Camino oscilante, animado por el rocío y la luz. Solo he de acelerar el paso, dejar atrás la piel mudada, encontrar mi casa y el poder de volver a empezar.

2 comentarios:

  1. Hace tiempo que no leía algo tan bueno como lo que acabo de leer. La expresión que le has puesto me a llegado a la profundidad de una lógica simple y entendible de una realidad inevitable.

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