domingo, 6 de diciembre de 2009

Desde Adentro


EXHALO…
Las escaleras mecánicas son el mayor tormento desde la invención del torno. Más si esta bruma y las nubes oscurecen mis pupilas ¡y andan encima escondiendo el paisaje de campos y colinas, allá abajo! Bueno, al menos puedo ver las líneas ondulantes de cabos y bahías, las borrascas en el mar, y el mecer de aquellos barcos de pesca al norte, y al sur. Esto comienza a aburrirme. Me da miedo pensar que no bastará con mi mochila como equipaje. En la torre las recepcionistas sonrieron, ¡aquella tan delgada de piel ámbar me guiñó el ojo! ¡Su melena refulgía! Ya en la escalera mecánica todo fue sencillo, solo dejarse llevar hacia arriba y procurar ahorrar oxígeno. Me alegro haberme despedido de los picos de fincas y casas, del gris al suelo y las manchas de paredes, los balcones con ropa tendida, las ventanas de cocina donde pequeñas morenas guisan y hacen su vida pensando en cualquier cosa, el sonido de los pasos de viandantes, solitarios o emparejados o en grupos, las miradas que de vez en cuanto olvidan el suelo para observar el cielo (¡me encantan!), ancianos y ancianas cruzando la calle bajo el ojo de alguna mujer, aburrida o no, regando las flores al quinto piso. Me duele el cuerpo entero, viajar es duro, aún dar vueltas por largas escaleras en esas torres violetas que plantan sobre punta de pararrayos cuatro, en el centro de valencia cuidadosamente colocados. Hace rato que dejé atrás la ciudad, en dirección norte, si el ascenso es lento puede que llegue incluso a ver los bosques.


RETENGO…
Salgo de mi casa cautelosos, de reojo me asomo por la puerta; nada por aquí, nada por allí, el pasillo, desierto… puedo salir ¡Corriendo literalmente para esquivar a los negros cazadores que la huida impiden! ¡Malditos!, por su culpa solo me puedo llevar una maleta. Atravieso el largo pasillo oscuro sin ventanas, luz al fondo, ¡las puertas! ¡Rápido!, siento en mi nuca el aliento de la horda, alzo la mano:


“Conozco un hechizo
Que presto me libera
Si los enemigos raudos me ataran
Un cántico sé
Que rompe grilletes y
Desgarra cadenas”


Las puertas arden y huyó de los brazos acechantes y los alientos de mi nuca, salto hacia el foso entre el yo, la nada y la calle con su muro y sus árboles. Grito de terror pero me aferro a la raíz de uno de esos flotantes cedros. ¡Por poco pierdo la mochila!
La avenida es ancha, mi conjura me impide hundirme en la acera. Con cada paso de mis deportivas curtidas se proyecta un haz de luz en el suelo, se quema la tierra y sobre sus cenizas aguantan un segundo mis pies. No puedo parar, moriría caer al inframundo.
Por suerte sobre las líneas blancas al centro del bulevar del marqués apareció un puente que se eleva, por la ciudad toda, y la atraviesa retorcida. Vislumbro en el aire la torre violeta, la ocultan las nubes. Aquí arriba es raro el centro de ciudad, en las calles sin árboles se ven todo gentes, adornadas, encamisadas o vestidas, muchos de andar por casa pero la mayoría limpios, entrando y saliendo de tiendas delante o detrás de mujeres más o menos bellas. En medio, los autos vuelas. Aún aquí arriba puedo oír ruido y temblor del metro muy abajo.
¿Y qué es la torre violeta? Entrecruzadas escaleras hacia una cima, cadáveres de perdidos de aventura, gente poco cuerda riendo por sus pasillos ascendentes o saltando en los huecos. Se puede ver el final, y sin pensarlo y temblando desde la nuca comienza mi ascenso. Las paredes están llenas de fotos de secretos, lo más adecuado para una atalaya escondida sobre la redonda plaza, firme sobre pararrayos bien dispuestos.


INHALO…
Tumbado en la cama la lluvia apuñala el iris del mirar, impidiéndome levantar y ver por la ventana, solo por ver. Me retuerzo, chillo, muerdo y pataleo, las nubes en mi techo siguen concentrando su lluvia sobre mí. La perdí, a ella… Con la mochila sobre el escritorio, libros y cuadernos y ropa dispersa por estantes, sillas y esas mesas infinitas para banquetes solemnes alumbradas por vidrieras, tomé la última decisión. Rellené de trastos mi mochila, quemé las mesas, y me dispuso a abandonar este mundo que parece retarme, este cuarto. Ascenderé al otro, al fin mi cabeza rodando solloza un “basta”, ¡ya podré alcanzarme la meta!


Mi destino está más allá del negro y gris, más allá de toda ciudad y por encima de las torres purpúreas, tras las azafatas de uniforme azul, que te hacen verlo todo azul, y quien sabe que habrá tras la escalera mecánica…


¡Bello paisaje, ciega luz blanca!

1 comentario:

  1. Mucha referencia a los colores. Me gusta. Geniales las fotos de Gunter. un abrazo.

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Febrero 2008 | Diseñado por anita