martes, 20 de octubre de 2009

Tributo


Un golpe de noche. Una gota de sudor volando por las estrellas. El Do profundo y viajero, vibrando en la Luna hacia la tierra. De pronto los ojos de ellos y ellas, paseando por la avenida, llueven de la luz que cae en el cielo recién anochecido, sobe ellos caído en silencio, con cortos pasos, sin que se dieran cuenta. Andando en la oscuridad, por si mismo absorbidos, solo el resplandor de las candelas a lo largo de la calle les avisó: “Es tarde, es de noche, se nos retraso como siempre el encendedor”. Los autos corren, siempre, temerarios, en sentido inverso a las agujas del reloj.



Un Re, acompaña el silencio de la boca de aquello que más quieres, y te coses los ojos a toda prisa, si ella te mira, y calmas el sueño con pastillas y café, cuando no está… ¿Ves la niña morena que asfixia la luna con primor? Como tentáculos viscosos, que son piernas, desenvueltos elegantes en su abrazo mortal, hasta que las nubes muestran de nuevo el rostro de la luna, que saltaste de la cama al ver, en hogar extraño, en tanto que le amenazas y apuntas, discreto estallando temeroso de oírte…



El Mi. Bocanada de aire cálido, una tras otra, mil viajes. Caminas las aceras con el esfuerzo aéreo del hálito de un ahorcado, soñando, sin poder marcharte de ella. Con el rugido de alcanzarte, la pelirroja sonríe. Dulce engaño, se agarra a las estrellas de amor araña, temblando aferrada al brazo, a mi fragmento de avenida. Aprieta, trata de imbuirse con mi cuerpo… “No es mía, no es más que una rosa ajena, viva en la mente de todo lo que me queda: un fantasma”.



Fa. En el mar mecía, cuando la tierra me dio licencia, las piernas en el balancín de espuma. Las algas me besaban la espalda, la noche me guiñaba las estrellas, frío, frío… ¡Sol! ¡Que no se acerque ella! Retoza sola en el agua, cual ensarte en la orilla tiende su trampa de agujas azules. Pasó bajo mi agua chillando en su lengua albina: “Terror”, “pena”, “mar”. La.



Ella no es mía, no era mía entonces, aún se abraza a mi luna. Aún se torne, con su gesto de amor encarnado, azul, magenta, a todo color mágico, y sus padres nunca miran. ¿Por qué? Tiran de atrás, de abajo, lentamente… Pero no existen, no miran, se ahogan en el abrazo mortal de su pelo rojo.



Si.



Sé que terminaré allí, no quiero, en la habitación a oscuras, el rincón de tenue olor a recuerdo ella, bajo la humedad y el sudor, las sábanas sucias sobre el suelo, las camas polvorientas y armarios vacíos, ventanas dañinas de buhardilla quemando con sus rayos… Pero de pronto, sin comerlo, en la venida estoy solo, ni beberlo, caminando sin brazo ni niñas, coreografiando cada paso hacia mi casa, cuando las farolas parpadean y se apagan, y riendo me siento en un banco verde en un parque sin niños. A lo lejos, ella es su verdadero ser, y se aprieta su caricia en mi mejilla, fantasmal, de los tentáculos azules de su sien.



Las lágrimas rojas copan la seda vieja, la alfombra. La tierra queda lejos, escondida tras la acera planta abajo, y mucho más distante la luna arriba…



Aguardo, asfixiando, ella y ella son uno y no sé que son. Una mía la otra no, cayendo sin fondo sobre el cielo encima, el sol, de los almohadones ficticios en el suelo de mi habitación… Do nuevamente, Do.

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